de
Gerardo Lino
[escrito entre 2006 y 2008 a la memoria de Alejandro Meneses]
Contémplense en
Pero si urge, pásese revista a unos elegidos:
CUÁLES SON LAS FLORES
Cuáles son las flores que se comían las diosas?
Y tú en medio del acanto, columna inútil a la mitad del patio.
Cuáles eran las hierbas que masticaban las oferentes para volverse diosas?
Tú, serio, aguantando el entripado,
mientras te rondaban las impúdicas con vendas en sus ojos,
con las falanges acezantes.
Cuáles eran las hojas ingeridas por las mujeres
para sentirse locas, fuera de sí,
poseídas por su propia fuerza librada a los estragos de la celebración,
a los transportes de ese estado del alma idéntico al otro mundo,
vueltas un momento exóticos mamíferos,
pececillos comunes,
aves nunca vistas, reptiles clásicos,
y verse cual son: sacerdotisas, sirvientes del designio,
dadoras del fruto y árbol ygdrasil sin ese nombre,
viento solapador de las creaciones?
Y tú, ¿qué hacías ahí parado como sabio idiota, juez irreprochable, condenador de la fiesta si no era tuya?
Mira otra vez a las vestales ya sin fuego entre los cuencos,
con el aceite desparramado por las ingles
y ramitas desprendidas de las melenas enredadas,
adheridas a los ijares,
rodando en los hoyuelos lúmbicos,
asediando la zona sacra;
míralas, cobarde, despojadas ya de su indumento,
con los ojos hacia la tierra, desarmadas,
en espera de que despiertes,
de que dejes de ser un muerto entre los vivos,
entelequia por encima del bien y del mal,
candil de la calle.
Te niegas a mirar sus cuerpos estrechos mientras mantienen sus ojos vendados.
Cual si fueras el objeto propiciatorio.
Frívolo.
Ya reptan sus cofrades hacia las puntas de los dedos,
ya suben las yemas por el huesito velardiño,
el tobillo cosquilloso, pantorrillas de los montes, corvas dulces,
giran la rótula, por fin ascienden a los muslos,
pasa su nariz rozando el eje sacrificial y ya adivinan,
ya se atreven a decir un nombre—
Y tú...
¿Qué hacías allí sin ver el juego, tratando de poner orden a los otros órdenes, de culpar a los infantes porque no entendían tu ley?
“Estoy buscando a Dios”,
Dijiste catatónico,
A la hora de los humos,
Sahumerios de canabis,
Extractos de ambrosía,
Después de recordarme
A tantos Watts por hora
Que acaso el universo pudiera ser tan sólo
Aquella bocanada inane de cierto fumador descomunal...
Pero aquellas pieles tensas —uva, melocotón— se fueron a otros ritos,
Y (algo habremos de hacer un día con estas conjunciones),
En medio del patio sin nadie, los ecos
De una noche cuando bajaron de los cantos
Los dioses a otros bailes, cuando las diosas
Se arrimaron a la transfiguración, Una columna que ya nada sostiene en el espacio vacío.
Cuál era el té de la abuela para los corajes?
Pongamos agua al fuego.
Allí en los enlosados de la casa en ruinas siguen apareciendo las yerbas del remedio.
SI ESTÁ DICHA LA SAL
Si está dicha la sal
Si están inscritas las filtraciones de las aguas
Si el lustro, recordamos, nos lleva a las rituales abluciones
O el venero a la sombra de un recodo de humedades sudorosas
brinda al austero lo que cabe en la mano entumida de bordón, de empuñaduras de escudos o de espadas,
sin esperarse de él que se arroje como los sedientos indignos de la batalla decisiva se arrojan sobre sus pechos a meter la cabezota en la corriente, revolviéndola de flemas de las babas, secreciones de toxina con los ovulamientos latentes de esos limos
puede ser que haya ocurrido, así lo consignan los cronistas, lo han develado los indagadores con los trozos de papiro entre alicates o pudo provenir del afiebrado cacumen de un poeta
quién lo sabe
o bien de buena fuente, de primera mano, vaya, he tenido los dedos ampollados de tanto apoyarme en los bordones? he pulsado una espada del siglo XIX o del XVIII? he tenido los dedos ampollados de tanto apoyarme en los bordones, he pulsado una espada del siglo XIX o del XVIII,
he tomado en el cuenco de la mano entumida un poco del agua que brindaba un venero escondido en los umbrales del frescor, de los calores, o metí
bestial mi cabezota sin importarme si empuercaba las aguas riverales, ignorando que así me malograba, que así un réprobo sería, descartado para la expedición del elegido
o bien asistí, aun irreverente y distante por la edad de la punzada, a las aburridas abluciones de vejetes en las orillas del Ganges, en las orillas del Tajo, en las orillas del Atoyac?
he asistido a esos balnearios de cada cinco fechas hasta ver en la minucia el sentido de esos ritos
y en el sentido la minucia: el rito también es del agua
y en la ablución está el goce soberbio de la santidad
y el goce de los sentidos y el goce de dejar de pensar en el sentido—
Puede ser que el ocioso abandonado a sus inercias
haya percibido el crecimiento de esas cartas geográficas de sitios reconocibles e inexistentes que son las dilataciones, los rejuegos, contraflujos y corrimientos del agua en busca de su nivel por las paredes o en el cielorraso
que de ello deduzca signos, alusiones a lo verdadero, eso que, firme, faltaba más, considera verdadero,
y hasta saque fuerzas para el traslado de esos indicios hacia los pergaminos (“he asistido a esos balnearios”)
Bien puede ser
Sí, que hallamos
el “curso de las cosas reversibles”
Sí asentamos en papiros, en tablillas, en mamparas
Sí decimos
“está dicha la sal”
“inscritas filtraciones”
“veneros”
ámpulas soldados preferidos ancianos pulcros
Luego creemos con los ojos cerrados en la verdad de lo que oímos
Lo vi con mis ojos!
Estaba escrito!
(Si non e vero e bene trovato)
Juramos y damos una mano
una espada, vamos, sacrifiquemos un
hatajo de poetas
puercos
santos
por ser lo mismo
el agua que la tinta.
Si hubiera aire para jalar a fondo,
aire hasta la médula de cada alveolo,
levantaría la voz.
Si a estos cinco mil y tantos metros de altura
no les faltara el aire,
alzar la voz tendría su cuerpo.
Allá en los fondos,
en los gérmenes de la insensata atmósfera,
donde cada aspiración nos envenena,
allá sólo el susurro es plausible,
el grito ahogado, la asfixia de la letra.
Ah, si se pudiera levantar la voz,
la alzaría hasta los ecos de los ecos donde comienza el eco,
donde vibra el puro toque del metal cantante.
Pero no aquí: a qué alzar la voz.
—Y qué diría, si se pudiera?
Nada tiene que decirse donde la voz es pura,
solo sonido sin necesidad,
punto de veloz frecuencia imperceptible.
Solamente donde puede decirse algo
ponemos rasgos,
rasguños de las voces,
residuos de la voz.
Ah! Si respirar pudiera—
Sentir el frescor en los pulmones
y no como el agua fresca de los mantos.
Lejos de la divina orgía,
cuando la deslucida fiesta
—con ese nombre sin embargo—
degeneró en aguadas parties, “reuniones”,
de cuyos órdenes no podría extraerse un gato,
ni rito suficiente hubo para volver inalcanzable un pelo para siempre,
donde la última pureza descansa en el relajo sano —que ni qué—,
tiempos en que sin más ni más cada quien se “sacrifica” entre pecho y espalda con su copa sola,
podían verse
unas veces, una vez, en torno de la mesa paterna,
con la fragancia del pirú, bajo la sombra de la higuera,
convidando a cuantos estuvieren a la mano
de viandas de recetas de familia,
como si fueran de la misma condición,
como si nunca se hubieran separado,
como si nunca se fueran a morir
—acaso por eso—, ambos hermanos
abrazados;
otra, otras, al cabo de una tarde sabatina,
con antiquísimos quereres en la bolsa
y jamelgos nuevos en la testa,
al mismo tiempo que una runfla de provectos eremitas,
señores respetables donde nadie los conoce,
atrás en un jardín y junto al hielo,
departía de nínfulas, sin una sola niña,
de glorias literarias y de astros deportivos,
en plena oscuridad, o algún endriago
más beodo que bebido, de pipa y guante,
balbucía un laudo como una melopea:
“Oh noche ninfulesca de mera labia y trago!
Amargas risotadas entre puro cabrón!”,
mesándose los cabellos, desasidos
de cualquier desasosiego, sin importarles
fisgas y chungas de los convidantes,
como si en el reducto de una intimidad ya sin tiempo que perder,
sin ninfuelas en turbación o en noviciados,
se dieran los últimos adioses, los consejos
reincidentes de queridos ancestros, las recomendaciones
finales de sus mayores empañados de lágrima
mientras iban a dejarlos a la estación
y cuídate y acuérdate y te tomas tus gotas y no te vayas a desvelar y obedeces;
o tomándose las manos con una fuerza invicta
diciéndose con los ojos ya sabes que no debes y debes que no sabes y ya no te digo más pero me entiendes
aunque no soy tu madre
eres como mi padre
no soy un niño
ya puedo mirar las ninfetillas como si tuviera edad
sí pero con ninfulanas luego las confundes
de todos modos no te precipites recuerda a qué te atienes mira dónde pisas de dónde provenimos pórtate bien vamos a emborracharnos
como en aquella noche leída
de historias personales vueltas fábula
vueltas letra con ganas de no morir
enjugándose sollozos con los besos
cuando todavía se hallaran a distancia
del seco reclamo fraterno:
Por qué aquellas horas de que no te acuerdas las llenas de dicha gozoso
Por qué aquellos años sin conciencia y voz los llamas edenes perdidos
Porque tú los pintas de la desmesura con que confrontamos la fatalidad
Pongámosle cintas a tiempos lejanos, tonos y ternuras, cantos de inocencia sin las veleidades de la edad presente!
Porque tú no quieres ni carga ni culpa, la melancolía de saber seguro que ese reino infante que quisieras vuelto, son aquellas horas de que no te acuerdas, son aquellos años sin conciencia y voz
Podían verse—
=ö=