jueves, 7 de junio de 2007



Lizalde, académico

Eduardo Lizalde, maestro de poetas sin haberse metido a un taller, prosista cuyo filo escinde sinapsis atrofiadas, dueño de tigres y rosas (la zorra sigue enferma), el jueves 24 de mayo de 2007 tomó “posesión definitiva de la silla XIV de la Academia Mexicana de la Lengua” —según se informa en el sitio de dicha cofradía—, en cuya “sesión pública solemne”, leyó su discurso de ingreso: “La poesía mexicana, esplendor e infortunio”, del cual no se ha dado mayor noticia.



Por fortuna tenemos a la mano su Caza mayor, no la edición 1979 de la UNAM, sino la que vino en ¡Tigre, tigre! del FCE, Biblioteca Joven, 1985 y pudimos releerla en Memoria del tigre, Katún, 1983 (recordamos siempre “Al margen de un tratado”: “Moralistas / cristianos y marxistas, / liberales o beatos / de grandiosas iglesias y sistemas / —o simples sindicatos— / les tengo y traigo, de verdad, / muy malas, pésimas noticias: / la ética no existe...” y a veces “Cada cosa es Babel”), así como en la sucesiva Nueva memoria del tigre. Antología poética 1949-1991, de 1993, que editara el FCE, con sus respectivas adiciones en 1995 y 2005 (ambas fuera de nuestro poder); y los dos tomitos que Vuelta publicara en 1988 y luego en 1989, con pertinentes correcciones: Tabernarios y eróticos.



Celebramos que Lizalde ocupe ese lugar, pues con su escritura limpia polvos de reaccionarios lodos y telarañas mentales de toda laya; quizá no pretenderá fijar alguna cosa pues sabe que nada deja de moverse en los lenguajes y las literaturas, pero de cierto habrá de seguir —a ratos con sus pares y a ratos en su jaula— dando mayor esplendor a la lengua española.



Véase si no este párrafo de su Tablero de divagaciones (FCE, Letras Mexicanas, 1999) acerca de la importancia de la lectura y la traducción para que haya ideas:



El autor de Hamlet fue un sistemático explorador de los poetas y los dramaturgos, también de los filósofos latinos, y se nutrió tanto de Virgilio, como de Plauto y de Séneca, y muy especialmente de Ovidio, a quien leyó en la lengua original, pero cuyas Metamorfosis se sabía de memoria en la traducción inglesa de Arthur Golding. No ocultaba el inglés su devoción por Ovidio, y hace constar sus enseñanzas utilizando epígrafes de Los fastos o directamente glosando versos suyos en los sonetos (véase el soneto shakespeariano LX, que proviene de Las metamorfosis) u homenajeando su Ars Amandi al poner palabras ovidianas en boca de Julieta: ‘Nada importa mentir, pues Júpiter sonríe / de los perjurios de los amantes’ (supongamos que se puede traducir así).




[“Ovidio en el país de su exilio”, TD, 115]


O bien acerca de la incesante lucha de poder que se da entre literatos, escritores y otras subespecies —nadie se enoje si no pongo nombres—, en capillas, en hordas y hasta en campus, porque cada uno —por culpa de su mamá o en contra de su padre o al revés— cree y siente y sabe que es el último, el único, el primero, y todo se le debe:



De esas discusiones y guerras literarias hay sobrevivientes y hay numerosos caídos. No hay duda de que las coincidencias de gusto e inclinación personales, las simpatías de temperamento y obras en proceso, son las que determinan las alianzas de los artistas en todos los tiempos, y asimismo, las antipatías y preferencias encontradas determinan la descalificación violenta de ciertos creadores que más tarde resucitan entre los falsos "caídos" o son justicieramente sepultados en la fosa común que corresponde a los olvidables por mérito propio.




[“Sobrevivientes y caídos en el campo de las vanguardias”, TD, 147]


Párrafo dedicado —no por nuestro nuevo académico, sino por este redactor (juro que lo encontré por casualidad y en el último minuto)— a los Provincianos Perdurables en el Centro de las Miradas Unrelentingly:



La coyuntura mexicana era distinta, lo sigue siendo (salvo excepciones conocidas), y el tema es vasto: continuamos siendo parte de una literatura tan desconocida en el mundo europeo, como empieza a serlo para nosotros la mayor parte de la literatura que allá se produce. El asunto es curioso, en la era del Internet y de las computadoras en que esta misma nota se redacta: en la era de la intercomunicación universal más acelerada, nos estamos convirtiendo en islas cada vez más habitadas e incomunicadas. ¿No es así?




[“Mundo y vanguardias”, TD, 143]

Celebramos, sí, esta elección académica si bien tardía (en julio cumplirá 78 años de edad el maestro), aunque celebraremos con más ganas, mientras haya ojos y oídos y memoria, la prosa y la poesía de Eduardo Lizalde —como lo hemos venido haciendo, con sus intermitencias, desde que un desconsiderado alguna tarde inopinada de 1979 (rojizos relojes de sol, zorritas saliendo de noviembre) llegó esgrimiendo un librito color crema y una inquisición: “¿Ya leyeron, impúberes, Caza mayor?”
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