miércoles, 30 de junio de 2010

Sépticas 2

TEXTO Y POEMA
Gerardo Lino





Una palabra sobre dos palabras. Julanito de Sal creyó durante cierta temporada que el término ‘texto’ era inferior a ‘poema’. No solo que fuera más general, que eso cualquier taxónomo puede colegirlo, sino que tales vocablos se regían por una especie de estatuto axiológico, más allá de lo literario y todavía más lejos de su carácter lingüístico; peor: a los pobres “textos” los miraba con desprecio, ese humor mixto que se desprende del encono, al mismo tiempo que otorgaba el lauro de la palabra ‘poema’ a selectos especímenes que hubieren cubierto con creces exigencias elevadísimas. No habría sido tan malo de haberse atenido a la cosa textual, pero lo llevaba al campo de la vida diaria; de modo que solo eran poetas los que hacían, recuérdese, po-e-mas, seguramente como los suyos; con lo que el resto de los mortales quedaba en puras piltrafas, ripios y retazos con hueso. No supe qué creería con los años mi estimado Julanito, pues dejé de oírlo, pero como medio mundo sabe, vivir bajo el influjo de una creencia no se quita con la edad sino que afecta incluso las neuronas de la lucidez.

Sabemos que el asunto es más simple y que no tiene la menor importancia, pero me ha recordado a aquella estudiante de letras que un buen día se encontró a una antigua compañera de colegio. Ambas, ya cuarentonas, se saludaron con las efusiones del caso, pues no se habían visto desde sus años mozos. Les daré nombres antes de proseguir: que la estudiante se llame Alisa; la otra, siendo emperifollada como iba, se llamará Peri. Alisa le preguntó qué había sido de su vida. Y Peri se dio vuelo:

—Te acuerdas que entré a la UMCA [Universidad Más Cara de las de por Aquí]; pues no me lo vas a creer: me casé con el millonario más guapo.

—¡Estupendo, magnífico, me parece sensacional! —dijo Alisa—. Y ¿luego?

—Tenemos una mansión en Los Cabos, nuestra residencia en Santa Fe y dos veces al año vamos a Europa a estar en nuestro chalet suizo.

—¡Estupendo, magnífico, me parece sensacional! Y ¿qué más?

—Nuestros hijos, tuvimos dos, van a los mejores colegios; el mayor ya está por entrar a un college de Londres.

—¡Estupendo, magnífico, me parece sensacional!

—Bueno, pero dime, ¿y tú? —repuso Peri con fingida curiosidad.

—Ah, yo estudié letras.

—Ah, ¿y eso? qué, qué haces, para qué sirve, o sea.

Para evitar el engorro de explicaciones incomprensibles, Alisa optó por una salida simple:

—¿Te acuerdas de que yo era tan mal hablada?

—Sí, cómo no, ¡qué bárbara!, no te medías…

—Pues por ejemplo —dijo Alisa—: al ver unos perros en la calle, decía: “pinches perros flacos”; en cambio ahora digo: “míseros canes escuálidos”.

—Oh —exclamó Peri.

—O para soportar a una encopetada, decía: “me vale madres, pobre pendeja”; en cambio ahora digo: “¡Estupendo, magnífico, me parece sensacional!”