Profusas voluntades
De Poems, publicado en 1817, cuando Keats cumplía 22, este soneto:
How many bards gild the lapses of time!
A few of them have ever been the food
Of my delighted fancy, — I could brood
Over their beauties, earthly, or sublime:
And often, when I sit me down to rhyme,
These will in throng before my mind intrude:
But no confusion, no disturbance rude
Do they occasion; ‘tis a pleasing chime.
So the unnumber’d sounds that evening store;
The songs of birds — the whisp’ring of the leaves —
The voice of waters — the great bell that heaves
With solemn sound, — and thousand others more,
That distance of recognisance bereaves,
Make pleasing music, and not wild uproar.
Cuántos bardos esplenden los deslices del tiempo!
Han sido unos pocos, entre ellos, los nutrientes
De mi gozosa fantasía —pude criarla
Sobre sus bellezas, terrenales o sublimes;
Y con frecuencia, cuando me siento a componer,
Irrumpen profusas voluntades en mis luces;
Pero sin desconcierto ni conmociones burdas
Propician la ocasión: su tañido deleitable.
Así los innúmeros sonidos vespertinos:
Los silbos de las aves, murmullos de las hojas,
Las voces de las aguas, campanas que se elevan
Con sonido solemne, y muchos miles más
Que priva de ser reconocidos la distancia:
Da —no estridencias salvajes— deleitable música.
These will in throng before my mind intrude:
Oído: in throng ... intrude: combinaciones placenteras con sentido.
Luego: “Estas voluntades irrumpen a montones en mi pensamiento.” Notemos: in throng: una ‘multitud', atiborrada, como cuando los muchos invitados de una fiesta invaden una casa; también podemos imaginar una horda, por ejemplo, de fans que se lanzan sobre su estrella: en bola. Traza del estado mental de Keats al sentarse a componer: entonces aparecían esas “voluntades” o legados que alimentaron sus figuraciones. Opté por no poner el término ‘testamentos’ por su equivocidad. Se entiende que esos libros que nutrieron sus quimeras —concebidas, arropadas, hechas crecer— se le presentan al poeta mientras escribe. Pensé en la otra acepción de will, tan cercana en inglés (pues no por azar se usa para ambos significados), como si las voluntades, vale decir el deseo, la deliberada elección de aquellos bardos de crear tales bellezas —ya terrenales, ya sublimes— vinieran a la mente —aunque sin confusión ni alborotos inciviles— a la hora de ponerse a escribir.
Dicho de manera breve: Keats, en la primera parte del soneto convoca la importancia de las lecturas —a few of them— con que se mantiene quien compone poemas. Esas altas obras que dieron esplendor al tiempo “propician la ocasión” con sus sonidos favorables —y favorables son los sonidos con que compone su soneto.
Luego compara: cuando uno escucha lo que se acumula en las tardes: tampoco son estrépitos; son música. Desechemos la acotación ajada de que el poeta romántico iguala naturaleza y arte —porque además los sonidos vespertinos son un punto de comparación usado por Keats para mostrar lo que ocurre en la cabeza de quien ha leído y escribe—; distingamos que de ambas fuentes se extrae música: por donde comienza la poesía. Tenemos los factores: sonidos, buena crianza de la fantasía: oído en la lectura.
Pero acaso esos placeres que nos dan los libros —selectos, para educar a “la loca de la casa” que decía Sor Juana—, esas profusas voluntades, ¿mueven al poeta para lucirse, y que lo envidien, y que lo quieran? ¿Acaso? No magistrados, no quincalleros, no mistagogos: se compone la música verbal (“a pesar de todo”, como se verá) para dar esplendor al tiempo.