martes, 11 de mayo de 2010

Sépticas

MUINA Y MOHÍNA
Gerardo Lino


Podrían ser dos muchachas, una india y otra gitana; pero no son nombres de mujeres.


En el habla ordinaria de Puebla (19º 02’ 30.5’’ LN 0º 56’ 06’’ LE / 2 150 MSNM) puede escucharse todavía que una persona “estaba muina” o que “hizo una muina”, por decir que se disgustó o se enojó —y su comprensivo “no te amuines”—. Son expresiones poco usuales; a ellas acuden las personas de origen campesino. A un individuo de las clases medias suele sonarle raro y los universitarios propiamente la desconocen, a menos que la hayan oído de sus abuelos, de parientes que inmigraron o de personas que permanecen en los pueblos más alejados de las conurbaciones. Así que es posible que sea usada entre los escolares a modo de broma o como en esa especie de recuperación que suele ocurrir con vocablos arcaicos precisamente a través de los libros. Recuérdese el maese que los jóvenes sesenteros pusieron en circulación y muchas otras palabras que por el momento no vienen al caso.

Pero nadie dice “estaba mohína” o “hizo una mohína”; nadie en sus cabales llega a decir “no te amohínes”, y ni siquiera “hice un mohín”, a menos que sea un pedante (que en el Altiplano se le dice ‘mamón’ y en Puebla, particularmente, ‘mamador’ —úsese de preferencia en dosis precisas y controladas). Suele sobrevenirle esto al pedante —la frecuentación de vocablos luidos de tan pulidos, impostaciones en los tonos o cualquier modo fachendoso— porque, como pasa con los términos hallados en los libros, provenientes de otras hablas regionales o de la norma culta, los lectores tienden, igual que el niño de su madre, a imitar esas formas y modismos; cosa más natural.

Se sale de lo natural el mamón, el ultracorrecto, pues “siente” que accede a unas alturas insospechadas por estrenar unas palabrejas o una buena voz, pero sin ton ni son, aunque con la firme creencia de que se está luciendo: ése es el pedante, el sabidillo que gusta de ser enfático.
En otras regiones del habla española quizá se use y ni quien rechiste —de la mohína viene de seguro la morriña del gallego o la neta y crasa murria de otros cotos peninsulares—. Al menos en Puebla, solamente los pretenciosos, y eso uno que otro, dicen o, peor, escriben la palabra ‘mohína’ por decir disgusto, enojo o incluso coraje. No faltará alguno que regrese decepcionado del Diccionario de la lengua porque ve que ‘mohín’ apenas significa ‘mueca’.

En el Altiplano de México —también llamado con el querencioso nombre de ‘Mesa Central’—, como probablemente ocurre en las regiones templadas de Hispanoamérica, tendemos a comernos las vocales (ejem… a elidir) y por eso cuesta trabajo decir mohína y resulta tan fácil y familiar la muina. Ni siquiera llega a oírse —con esa ‘o’ por lo redondo, su hache y su tilde para romper el diptongo— de algún desaprensivo que hubiera acabado de subir de la costa, donde se engolfan con las vocales, las haches aspiradas y se comen sobre todo las eses (nadie confunda el nombre de la letra con sus homófonos, por favor): si ellos no dicen ‘muino’ será porque prefieren el ‘encabronado’ —por si el acucioso lector lo ignora, quiere decir amuinado, pero con mayor exaltación; sigamos con nuestro estudio.

Como acontece con los arcaísmos, son voces que se han quedado en el reservorio de los lugares lejanos de las capitales; las serranías en donde las lenguas se mueven con lentitud y casi no cambian —a pesar de las avanzadas del progreso que son una barbaridad—; esos reservorios, donde los eruditos de la lengua extraen valiosas informaciones para nuestra mejor comprensión de los lenguajes y las potencias del idioma, son los vestigios del habla que llegó en el siglo XVI de boca de la soldadesca y de los frailes, porque en la Península así se hablaba entonces el castilla mesmamente.

Cuando yo era chico escuchaba a la gente que venía del campo decir esa expresión: “estás muino”; supuse que era uno de aquellos términos que se habían adaptado del mexicano (así se llamaba todavía el náhuatl) o que tal vez era una palabra propia de los indios, en general de los campesinos. Ahora que volví a escuchar esa frase de una mujer (estábamos ya en el 2010) que trabaja en un puesto de memelas cerca del “centro histórico”, fui a buscar el Diccionario de la Real y vi con sorpresa que se trata de una palabra de origen árabe: “mohíno, na. (Del ár. hisp. muhín y este del ár. clás. mahīn, ofendido, vilipendiado). adj. Triste, melancólico, disgustado.” Y además de varias acepciones vinculadas a ciertos animales y unos juegos, como sustantivo significa enojo, disgusto, tristeza. En otras partes y otras épocas se diría, por ejemplo, “hacer un mohín de disgusto”, pero por estas tierras no —y menos ahora.

Al ver que un escritor de por acá usa tal expresión por pomposo, no me enojo ni me entristezco; tampoco hago muinas: nomás hago un mohín de disgusto, diciendo para mis adentros: “qué mamón”.